miércoles, 25 de julio de 2012

Carlos Peirano - Valparaíso, Chile.



Bella de la cabeza 14,5 x 22 x 3,5 cm. Collage y ensamblaje.




Refrigerio patronal, 26 x 18 x 7 cm, Collage y ensamblaje, 2011






Viva la muerte (material exclusivo), 14 x 22 x 1,5 cm, Collage y ensamblaje, 2012




El Estipendio Moralizante 25 x 35 x 15 cm. Ensamblaje


lunes, 23 de julio de 2012

Martin Petrozza


120 Tracy McVille - herido de guerra

Si Mutis hubiese sido dos centímetros más alto, le hubiesen volado la cabeza. Si Albert hubiese corrido más despacio, no se habría estampado de lleno contra la metralla enemiga. Si Wilhem no hubiese dado un paso más, la mina no le habría estallado. Si Patrick hubiese terminado de fumar el cigarrillo en la trinchera, le habría caído encima la granada de mano. Si yo mismo no me hubiese paralizado en medio del campo de batalla, no estaría ahora contándote esto, me dice Tracy McVille mientras abre una cerveza con la mano. 





 Es el juego de la muerte, continúa, nunca sabes exactamente qué hacer para no morir. Un segundo, un centímetro, pueden hacer la diferencia. Es como tirar el dado: si te sale uno, mueres, si te sale dos, mueres, si te sale tres vives, pero si te salen cuatro, cinco o seis, también mueres. ¿Sabes qué es eso? Es el puto infierno. Sólo puedes estar seguro de una cosa y es que morirás. Dudo mucho que alguno haya pensado sinceramente salir vivo de allí. Una bala certera, una bala perdida. La metralla, la granada de mano, el obús. Una mina. El bombardeo de un avión, la metralla de un avión. El gas venenoso. El lanzallamas. El combate cuerpo a cuerpo. Incluso la enfermedad, el desánimo, la locura… hay cientos de maneras de morir en la guerra y muy pocas, sólo una: la suerte, de salir con vida. Es como pretender cruzar el Periférico con los ojos vendados, dice Tracy realmente alarmado. ¡Nosotros cruzamos el Periférico con los ojos vendados, una y otra vez, por largos cuatro años!, dice con todo el dramatismo que sólo un loco puede imprimir a las historias de guerra, sin haber ido a la guerra. 





 Carajo, Tracy, le digo, me dejas sin palabras. Tracy narra esta noche una batalla particularmente brava. Hay una cosa, le digo, que no me queda clara: ¿tú peleabas con los alemanes, o con los franceses? ¡Con los alemanes, exclama, los franceses son marica! Ya digo, si lo pones así, los alemanes son unos cerdos. ¿Y qué te valdría más, ser un cerdo o un… Vale, interrumpo, tienes razón. 





 Aquella batalla fue el principio de la guerra, dice Tracy. Se libró al Noroeste de Francia, y se batalló de acuerdo al Plan Schlieffen, que subestimaba al ejército francés, y al ejército ruso. Se planeaba acabar con los franceses en seis semanas, se ríe Tracy, peleando al Sur, y peleando al Norte, acabar con Rusia inmediatamente después. Pero, ¿sabes?, me dice Tracy bajando el volumen de la voz: para ser marica, los franceses se defendían muy bien. Yo rio y me pego un trago de birra mientras Tracy me cuenta cómo fue que se les ocurrió. ¡Una cosa terrible!, exclama, un acto de cobardía francesa, indiscutiblemente, pensado por una cabeza alemana. ¿Qué es eso que se les ocurrió y que es tan vil?, pregunto. Tracy mueve la cabeza negativamente y dice que está bien, que me lo contará aunque no lo había contado, mencionado si quiera, a nadie antes, porque se avergüenza. Vale respondo, no hay problema, no tienes nada de qué avergonzarte, vamos, dime, ¿qué coños pasó por tu cabeza? ¡Por la mía no!, exclama, ¡por la mía jamás! Fue el seso de Gombrich el que se atrofió. Aunque a decir verdad, confiesa, no le culpo, la mayoría de nosotros teníamos el coco retorcido ya al principio de la guerra. Y es que… por muy alemanes que fuéramos, una guerra así, tan puta cruenta, jamás habíamos librado. Entiendo digo, eso es lo que he escuchado decir, que la Primera guerra mundial cambió el modo de guerrear y el modo de morir. Ni que lo digas dice, la cosa sucedió más o menos así: 





 En la primera batalla tuvimos cincuenta y tres bajas. En un pelotón de cinto cincuenta hombres, y aunque ganamos la batalla, eso, desanima. No lo podíamos creer. Sabíamos que en la guerra se muere, pero jamás pensamos que a carretillas. Y además, aprendimos que incluso en una victoria se puede perecer. La gloria no sabe a nada cuando en la batallan ha muerto la mitad de tus camaradas. Steinmeier, muerto. Merkel, muerto. Sigfried, muerto. Thorsten, muerto. Reinhard, muerto. Hermann, muerto. Ulrich, muerto… y Lemper… herido en la pierna. 





 Lemper es el único que no ha muerto, dice Mutis. Querrás decir aún, señala Frederick al tiempo que enciende un cigarrillo, nervioso. Tiene los ojos rojos. ¿Acaso has estado llorando?, se burla Gombrich. Frederick dice que no, y Gombrich, bueno, él… él también ha llorado. Todos hemos llorado. He visto a los más duros llorar e implorar por sus madres. 





 Ahora estamos en las barracas. Hemos venido del frente, donde ganamos la batalla. El teniente Katsinsky irradia felicidad. Ha comunicado a los superiores que los franceses serán vencidos por completo en cuatro semanas más, a lo mucho. Katsinsky no ha estado en el frente. ¿Está orgullo de nosotros?, no. Pide que envíen más soldados a su pelotón, hemos tenidos algunas bajas, y los soldados son enviados. Vienen de todos lados. Algunos ni siquiera son soldados de verdad. Civiles, voluntarios, entusiastas, crecen como la hierba. Los vemos llegar con sonrisas en las caras. Les han dicho que hemos ganado un par de batallas y se piensan que en la victoria no habita la muerte. 





 Sin embargo Lemper no ha muerto. Al día siguiente le visitamos en el hospital. Lemper dice que le cortarán la pierna. Le han pegado un tiro cerca de la ingle, y no hay otro modo, le cercenarán la pierna. Lemper ha suplicado que le curen, pero los médicos, vamos, no pueden darse el lujo de curar a nadie. Cortan todo lo que no sirve como si tal cosa. Nos compadecemos de Lemper y salimos. 





 ¿Creen que sea verdad?, pregunta Frederick. ¿El qué?, contesta Mutis. Que ganemos la guerra en cuatro semanas. Ni hablar dice Mutis, ¿es que no lo ven?, los franceses también recuperan sus pérdidas con voluntarios. Es una cosa de nunca acabar. Ganará el país mayor poblado. Frederick ríe y dice que en ese caso sería mejor hacer un censo y dar por sentado que el país mayor poblado ganará la guerra. Sí, afirma Tracy, eso tendría más sentido que matarnos hasta exterminarnos. Mutis está preocupado. Y cuando Mutis está preocupado es que algo no anda bien. No sé, dice Mutis, tiene que haber algún modo. ¿De qué?, pregunta Tracy. De regresar. ¿A casa?, pregunta Gombrich, que hasta ese entonces permanecía callado, fumando un cigarrillo y pensando exactamente en lo mismo. Sí, a casa, explica Mutis y Gombrich dice que él también lo ha pensado. 





 Tracy, Gombrich, Frederick y Mutis han llegado a la guerra por voluntad propia, me explica Tracy. Nosotros cuatro fuimos unos de esos puñetas voluntarios, dice, seducidos por la victoria, el nacionalismo y la sed de ser alguien en la vida. Seducidos por el heroísmo militar. Gran cosa. ¿Sabes?, no hay heroísmo militar. Las medallas de valor no se entregan al más valiente, sino al que ha sobrevivido más. Y sobrevivir es cosa de azar. No importa que tan bueno seas, basta un error para acabar en la fosa. 





 ¿Y qué has pensado?, pregunta Mutis a Gombrich. No sé, contesta, quizá si solicitáramos permiso, y luego, simplemente ya no regresáramos. Imposible, exclama Mutis, ahora les pertenecemos, nos buscarían debajo de la última roca. Y salir del país, ni lo pienses. Te pedirán explicaciones, identificarte, te dirán que por qué no estás el frente y te fusilarán por rebelde. Frederick y yo, dice Tracy, les miramos hablar en silencio, dejándolos pensar. Con la esperanza. Quizá si fingimos demencia, dice Gombrich, he escuchado que a un soldado francés le devolvieron a casa porque presentó un severo caso de demencia, ya sabes, un tío así puede disparar contra sus colegas, o incluso, contra sus superiores. De la nada, y… Olvídalo, dice Mutis, aquí es Alemania, aquí hasta los dementes sirven a la guerra. Te echarán como carnada si te haces pasar por demente. Una carnada es más útil que un soldado en casa. Gombrich tira la colilla del cigarrillo al suelo y ya no dice nada. 





2





Al día siguiente volvemos a ver a Lemper. Le han cortado la pierna. Pero Lemper no lo sabe. Le durmieron con formol y le cercenaron la maldita pierna, dice Tracy y me pide un cigarrillo. Le estiro el cigarrillo y continúa: cuando le vimos apenas despertaba y no se había enterado. Así aprendimos que uno puede sentir que tiene pierna cuando no la tiene, por mucho tiempo. Frederick fue el primero en notarlo. Dio un golpe a Mutis y sin decir nada le mostró el asunto. Lemper aún estaba adormilado. Mutis pasó la mirada por cada uno de nosotros. Nos percatamos de la usencia de su pierna porque era una sola la que salía de la sábana. Además podías ver la sábana plana donde debería ir la pierna. Y al lado, la sábana encima de la pierna que aún le quedaba. 





 ¿Cómo va todo?, pregunta Mutis a Lemper tanteando la situación. Hasta ahora va bien, dice Lemper. En efecto no se ha enterado. Vale, dice Mutis, me alegro. ¿Sabes qué harán contigo?, pregunta Gombrich. Me cercenarán la pierna, contesta Lemper resignado. Aquí callamos todos. El formol aún hace efecto en él y está tranquilo. Frederick no puede soportarlo, y sale. Yo salgo tras él, dice Tracy. 





 Afuera encienden cigarrillos y esperan. ¿Qué hará Lemper en la guerra sin una pierna?, pregunta Frederick temblándole la mandíbula, de por sí es complicado estar aquí con amabas piernas, agrega. No sé, dice Tracy, quizá lo manden a la cocina. Frederick asiente con la cabeza, dice que la cocina sería un mejor sitio para un tullido, sin embargo piensa que incluso la cocina podría ser tortuosa. Ya sabes dice, Katsinsky paseándose por allí y todos corriendo de un lado a otro. ¡Corriendo!, exclama Frederick. Calma, dice Tracy, algo harán con él y no tenemos más remedio que confiar en la sabiduría militar. Ya le encontrarán un sitio. Frederick mira a Tracy como si éste último hubiese perdido el seso. Sabiduría militar, piensa, qué sabiduría puede tener un ente que manda a las personas a morir en la guerra, despiadadamente. Frederick pide a Tracy una cerilla, su cigarrillo se ha apagado a medias. Tracy le ofrece una cerilla. Frederick la toma y al tiempo que enciende el cigarrillo, dice: ¿qué harías tú si perdieras una pierna? A Tracy la pregunta le sorprende. No lo sé contesta, no he pensado perder la pierna, ¿sabes?, no es en lo que pienso cuando disparo o cuando cago. Ya lo sé, responde Frederick, pero ahora que Lemper… ¿qué harías tú? Tracy lo mira a los ojos. Casi adivina lo que Frederick piensa. No dice, no me pegaría un tiro en la cabeza. Frederick, nervioso, dice que él no ha dicho eso, que jamás quiso decirlo, que probablemente si él perdiese una pierna…





 Mutis y Gombrich se acercan. Es increíble, exclama Gombrich asustado. Mutis también luce asustado. Frederick se asusta al mirarlos asustados. 





 Todos estamos asustados, me dice Tracy, todos tenemos miedo todo el maldito tiempo. Miedo del frente. Miedo de una emboscada. Miedo de Katsinsky. Miedo de la noche. Miedo de las ratas. Miedo de perder un miembro. Miedo de quedarnos solos. Miedo de ver morir a nuestros amigos. Miedo de ser castigados por los superiores. Miedo de ser enviados a misión especial. Miedo de ser fusilados. Miedo. Miedo. Miedo por todos lados, exclama Tracy levantándose del asiento (que es la acostumbrada vieja cubeta volteada). Le pido que se calme, le pido que se siente o ya no le daré más birra. Tracy se sienta y suspira. Lo siento dice, por un momento perdí el seso. Ya dije, no te preocupes, pero vamos, ¿qué coños pasó?





 Lo que pasó, dice haciendo memoria, es que Mutis y Gombrich se enteraron, gracias a un enfermero, que Lemper y todos los tullidos serían enviados a casa. 





3





¿Estás loco?, dice Mutis, eso no es ético. A la mierda la ética, dice Gombrich, ¡yo lo que quiero es salir de aquí! Gombrich ha vislumbrado en la desgracia de Lemper una salida. Frederick opina que no es una idea descabellada, que después de todo es preferible estar vivo y en casa que morir como una puta rata en las trincheras. Mutis tiene dudas. Tracy está en desacuerdo. Dice que más vale morir como un héroe de guerra que pasar el resto de tu vida lisiado y recordando lo puto (lo francés, dice Tracy) que fuiste alguna vez. Dime, dice, ¿cómo te sentirás cuando ganemos la guerra, en cuatro semanas, no puedes aguantar cuatro malditas semanas, y regresemos, y tú estés en una silla y nadie te dirija la palabra porque has sido un traidor a tu patria? Tracy tiene razón, dice Mutis, podemos soportar cuatro semanas. Pero si tú mismo has dicho que eso es mentira, dice Frederick, no estaremos aquí menos de dos meses. O cinco, dice Gombrich. Vale, dice Mutis, ¿no pueden esperar cinco putos meses? Yo no, dice Gombrich decidido. Frederick mira al suelo y tras una pausa, dice: yo tampoco. Mutis mira a Tracy y éste mueve la cabeza, no lo puede creer. 





 Vale dice Mutis, ¿eso es lo que quieres?, pregunta a Gombrich. Sí, dice firme, eso es lo que quiero. Frederick y Tracy enmudecen. No están seguros de qué quiere Gombrich. Mutis los mira a todos, a los ojos, vuelve a mirar una vez más a Gombrich y le pregunta de nuevo si está seguro. Seguro, dice Gombrich. Lo dice con tal convicción, me cuenta Tracy, que si lo mirases de lejos podrías pensar que él es un valiente, y que Mutis, que duda y mueve la cabeza, es un cobarde. Sin embargo es todo lo contrario, dice. Gombrich le ha pedido a Mutis le pegue un tiro en la ingle. Se hará pasar por un herido de guerra. Está bien, dice Mutis, pero no aquí, si alguien me pilla pegándote un tiró el que estará en problemas seré yo. Da media vuelta. Gombrich lo detiene. No, dice lleno de miedo. Tiene que ser aquí y tiene que ser ahora. Mutis mira a Tracy. Busca ayuda. Tracy dice: lo haré yo. Mutis se sorprende. Deja paso a Tracy. 





 Vamos, dice Tracy a Gombrich, dime, ¿en dónde quieres el tiro exactamente? Gombrich lo piensa. El sol le da de lleno en la cara. Hace visera con la mano. Aquí, señala con el dejo justo debajo de la ingle. Tracy desenfunda su arma. Mutis enmudece. Frederick pide a Gombrich que lo piense.  Ya lo he pensado suficiente dice, adelante. Tracy se para frente a Gombrich. Vamos, dice Gombrich temblando, date prisa, mierda, que me cago. Tracy levanta el arma. Apunta, muy despacio. Dispara, coño, dispara, dice Gombrich doblándose de angustia pero exponiendo el muslo. ¡Alá, mierda, coño, ¿a qué esperas?, grita Gombrich. Tracy apunta. Da un paso adelante. Gombrich aprieta los dientes. Tracy da otro paso adelante, esta vez más aprisa. Gombrich muge. Tracy ha llegado a Gombrich, pone el cañón de la pistola en el sitio de la pierna que le ha señalado. Gombrich Aprieta aún más los dientes y los ojos. Siente la punta del cañón presionando la pierna. Mutis está inmutado. Frederick se lleva las manos a la boca. Tracy quita el seguro del arma. Gombrich está doblado, exponiendo el muslo y con el rostro rojo. ¡Tracy jala el gatillo!





 Gombrich cae al suelo, lloriquea, se retuerce, grita y se agarra la pierna. Mutis no se lo cree. Frederick comienza a sonreír. Tracy suda y sonríe al mismo tiempo. Mutis se acerca a Gombrich y lo levanta. Ha dejado de sufrir. Se mira la pierna. No siente dolor. No sangra. Tracy ha disparado pero la pistola estaba sin carga. Mutis comienza a reír enserio. Frederick es una risa. Tracy sonríe. Gombrich suspira, se levanta y ríe también. 





 De la nada Tracy carga la pistola, quita el seguro y apunta a Gombrich. Todos dejan de reír. Vale, dice Tracy alzando la voz, la anterior fue prueba, está vez va enserio, dime ¿aún quieres hacerlo? Gombrich, enmudecido, no puede más que mover la cabeza de un lado a otro. 





4





Vaya que le has pegado un buen susto, dice Mutis a Tracy. Ha estado muy bien, añade, ahora lo pensará dos veces antes de pedirnos alguna estupidez. Sí dice Tracy, el que me preocupa es Lemper. Mutis se sienta sobre el camastro. Comienza a desatarse las agujetas. ¿Qué has sabido de él?, pregunta. Continúa en cama, contesta Tracy, aquí, en el hospital. Lo sé, responde Mutis, pero, ¿qué has sabido de su regreso a casa? Eso es lo que me preocupa, dice Tracy, han dicho que lo llevaran a casa, que llevaran a todos los tullidos pero yo no he visto que hagan nada. ¿Crees que hayan dicho eso para calmar la cosa? No sé, dice Tracy entrando en las sábanas, quizá. Mutis se quita los pantalones y entra a las sábanas de su camastro. Quizá, dice Mutis, pero… no, no lo creo. No pueden ser tan cabrones. Vale, dice Tracy, ya lo veremos mañana. Sí, dice Mutis, descansa. Sí, responde Tracy, tú igual. 





5





¡Eit, Gombrich, pum!, onomatopeya Frederick al encontrarse con Gombrich. Simula pegarle un tiro con el dedo y Gombrich se le va encima. Mutis escucha el ruido y despierta de un salto. Ha pasado tiempo suficiente en el frente para despertar de un salto por nada.  Tracy ha pasado tiempo suficiente en el frente para ni siquiera dormir. Se levanta sin hacer ruido y se pone frente a Gombrich y Frederick que se abaten al suelo. Mutis se acerca a ellos y se acerca un grupo de soldados más que despiertan con el estropicio. Algunos claman por Gombrich y otro más por Frederick. Frederick ha dado la vuelta a Gombrich, pero Gombrich resiste, es un contendiente fuerte. Sin embargo, no pelean de verdad. Al final ambos paran y ninguno ha aventajado al otro por demasiado. 





 Mutis sale a tomar aire fresco antes de ponerse el uniforme. Frederick, Gombrich y Tracy le siguen. ¿Qué han sabido de Lemper?, pregunta Mutis. Frederick dice que nada. Gombrich traga saliva, él sabe mucho, el está al pendiente de su regreso a casa. Vale, dice Gombrich, se los contaré. ¿El qué?, pregunta Tracy. El rumor, explica Gombrich nervioso, hay un puto rumor, dice rascándose la nuca, arrepentido de su insensatez. Un rumor de que nadie regresará a casa. ¿Cómo?, pregunta Frederick sin creerlo, pero si están lisiados, dice, ¿de qué coños van a servir aquí? De nada, dice Gombrich, los dejarán morir en cama. Dios, exclama Mutis, sí son tan cabrones. Algunos han muerto ya, dice, no soportaron las hemorragias. Les arrancan brazos y piernas como si fuese pollos. No sobreviven a las hemorragias. Los médicos no paran las malditas hemorragias. Los dejan morir. Tracy le mira pero no se burla de haber ganado. No es un orgullo tener la razón cuando la razón es la muerte de muchas personas, me dice Tracy. Seguro, le digo yo y sigue: Gombrich explica que se rumora que llevarlos a casa es un gasto que el ejército alemán no está dispuesto a correr. Dejaran que mueran. Los ayudarán a morir, dice, con morfina. Carajo, dice Frederick, creo que le debes más que una disculpa a este camarada. Palmea a Tracy en la espalda. De no ser por él, continúa Frederick, estarías en cama, sin pierna y… Lo sé, dice Gombrich realmente arrepentido. Pide una disculpa a Mutis y a Tracy, y agrega que realmente perdió el juicio. Lo que me sorprende es que ustedes también lo perdieran, dice. ¿Cómo?, pregunta Mutis, si el loco eres tú, tío. ¿Cómo mierda me pensabas pegar un tiro y dejar que yo fingiera ser herido de guerra, sin estar en el frente? Mutis lo piensa, Tracy lo piensa, Frederick lo piensa, y al final todos están de acuerdo. Vale, dice Mutis, creo que fue una crisis colectiva. Seguro, dice Tracy, sólo un loco se habría voluntariado a esta mierda, y no me sorprende en absoluto, nosotros no enloquecimos en la guerra, estábamos locos de antes. Todos sonríen y al mismo tiempo aguantan las lágrimas al darse cuenta de su patetismo. 





 No nos culpo, me dice Tracy, en la guerra te pueden pasar por la mente las ideas más descabelladas. Vale, le digo interesado, pero, ¿de verdad mataron a los lisiados?, pregunto ingenuamente. Sí, contesta Tracy. Ya, digo y doy un trago a la cerveza. 

Ramiro Costa


El amor

Increíblemente

Inspirador

Mucho más

Muy herido.


******


Esta sensación de luto            

Que no trae la lluvia

Pero la cubre

Con su humedad de cavernas

Con ruidos de olas rompiendo las paredes.

Y las estatuas se despiden

En los andenes.

******
La lluvia cambia de piel pero estas gotas como lámparas han caído antes.
******

Mujer animal devoradora
Soez
Puñal
En manos limpias.

******
Ni tus manos
Ni tus pies
Tampoco el rojo de tus labios.
Ni siquiera el perfume en tus hombros
De la flor sudada por el verano
Sólo tu piel,
Tu mirada,
Y el laberinto de tu alma.
******

No puedo nombrar la luz
Ni siquiera seguir tu pista
Deberle un puñado de versos al río.
******
Si te amo quisiera decir
Yo no dije
Sin viento que arrastre nada
No hay viento que arrastre algo.


Julio Páramo. Cusco, Perú

El Rechazo

Dedicado: A Mijaíl Cardenas, mi primer lector; Renan Alvarado y Edward Pinto, heroés y decadentes

Tenía las manos inquietas mientras jugaba delicadamente con la jirafa de porcelana, contemplaba de ratos las luces que se iban formando por efectos de la luz en el candelabro de bronce que le había dejado su abuelo como regalo. Imaginaba de pronto a su abuelo como minero mientras subía las cumbres en busca del metal precioso, pensaba que estaba enloquecido por la fiebre del oro, y de cómo había muerto ebrio en Castro Virreyna, lo recordaba gruñendo al igual que un oso. Hoy Luis se sentía cruel, súbitamente distraído, angustiado por haber quebrado el juego de té de su madre mientras jugaba al fútbol. -¡Camaleón! tocaba el balón como un crack, llevaba la pelota al ras del piso, pisaba fuertemente el balón y señalaba a la multitud eufórica aclamando su nombre, gritando: – Yo soy Lolo el único hombre que le reventó el arco a Hitler-. Bruscamente apareció en la escena barriéndose con los pies en alto, presto a romperle las canillas, el pingüino su archirrival. Luis por su parte esperaba la pelota estupefacto con una tranquilidad parsimoniosa, esperaba el pelotazo sin que nada mas le pudiera inquietarle en ese instante, menos aún los disparos del pingüino. Con las manos sucias, algo sudadas esperaba la manera de lanzarse como un gatito. Brutalmente, girando se le acercaba en cámara lenta el obús del pingüino, sin duda este tenía mala puntería y erró el disparo que venía como un relámpago al arco que simulaba ser el portón de su casa colonial. El tiró salió desviado, para su mala suerte directamente a la cocina de su madre al momento de que ella se encontraba sirviendo el té en la tetera que le había dado de regalo su tía Ifigenia por su matrimonio. Ese día a Luis le resondraron fuertemente y le retaron a no seguir jugando un deporte de negros. Por esa tarde Luis se quedaría encerrado en su habitación contemplando las raras sombras de su candelabro, pensando en la refracción y en el examen de Física que tendría que rendir el lunes con el pelado, echado en su cama con un lapicero y una libreta comenzaba a escribir su primera historia. Era lunes, y no había entendido nada acerca de la velocidad de la luz, La teoría de la relatividad, el movimiento de los planetas, los campos magnéticos, E=mc2. Solamente tenía en la cabeza la imagen impresa de Einstein sacando la lengua como un loco. Esa misma mañana la había visto pasar risueña y dando pequeños saltitos, mientras se acercaba muy cerca de él en el paradero del autobús, ella ni lo miraba, se encontraba absorta mordisqueando su manzana verde, saliéndole pequeños chorros de jugo de su manzana, raudamente abordo al carro y se marchó. Luis se quedó contemplando su guardapolvo blanco y sus posaderas planas, cuando trepaba el autobús. Por esa mañana arribó tarde al colegio, le hicieron correr diez vueltas alrededor del patio. Los curas miraban inquietos a la tropa agitada que iban rebuznando como burros, esperaban agarrar a alguien cansado para darle algunos cuantos puntapiés. Luis por su parte no podía parar y se sentía agobiado, pensaba en Dora, su vecina la culpable de su tardanza y en Eleodora la mujer del lupanar que había visto salir de un hotel junto a su tío en la calle teatro. Pasado su castigo entró a la clase y se sentó en la última carpeta, mientras todos se reían al unisonó, nadie le hacía caso al maestro de Historia Universal, era demasiado viejo y andaba perdido en la Ilíada de Homero, juraba que era amigo personal del presidente Manuel Prado y le había hecho ganar en una carrera de caballos, hablaba lanzando escupitajos cuando repetía la frase de Bolognesi en la defensa del morro:”Moriré hasta quemar el último cartucho”. Así es como murió ofrendando su vida. ¡Jóvenes! Por la defensa de este país el Coronel Bolognesi héroe insigne y con un gran vocación de servicio a la patria, nadie paraba de reír, escuchen la historia de Alfonso Ugarte y sobre su caballo blanco lanzándose al mar ¡Desgraciados salvajes! No dejaba de repetir aquel agobiante discurso, ya van a ver que algún día que los chilenos y ecuatorianos nos aniquilaran a todos nosotros, no paraba de recriminarnos, ya algo encrispado, por su parte el salón no parecía inmutarle y permanecía igual. Luis en su carpeta tenía un cómic de Superman -El hombre de acero- y un Billiken arrugado que se lo había prestado el negro, Luisa Lane tan linda permanecía en un acantilado a punto de caer al precipicio más profundo, mientras el villano le hacía cada vez más largo su tormento… ¡Más rápido que una bala!¡Más poderoso que una locomotora!¡capaz de pasar edificios de un solo salto! ¡Arriba en el cielo! ¡Es un ave! ¡Es un avión! ¡Es Superman!…Sí es Superman…extraño visitante del planeta Kriptón quien vino a la Tierra con habilidades mayores a la de cualquier mortal!… y quién disfrazado como Clark kent, tranquilo reportero de un gran periódico citadino, lucha una interminable batalla por la verdad, la justicia y el estilo de vida americano!. Luis se imaginaba convertido en Superman, surcando los cielos con los puños bien cerrados, sintiéndose en las nubes y con el aire golpeando su rostro lívido, ¡Zas! Apareció el instructor nacido en Tarma y le pegó un golpe en la cabeza arrugando su revista predilecta. ¡Es por eso que andas en las nubes pedazo de estropajo! No atiendes nada y estas en la luna de Paita, traiga eso para acá, mañana lo quiero temprano con su padre, hay muchas cosas que tengo que informarle acerca de su comportamiento y de su falta de compostura en la hora de clases, por hoy doblaras la bandera y cantaras el himno en el patio, -Usted sólo me entendió, Peña-, hablé como hombre y no tiemble, los hombres nunca tartamudean, me escuchó. El inspector salió de prisa y silbando una conocida marcha militar, Luis se frotaba la cabeza algo adolorido por el golpetazo. -Ya hombre no es para tanto- repetía Idiáquez dándole pequeños golpecitos en su espalda, ya verás que el gorila ese no te hará nada, solo es una estrategia para amedrentar a los alumnos para que se enderecen. Luis por esa mañana pensó en escapar, tirar contra e irse a los brazos de su madre para ofrecerle disculpas, hacer un plan de fuga por el convento, evitaría a los pastores alemanes que custodiaban las salidas del muro principal, se ocultaría en los baños mientras todos formaban para no entrar al último examen de Física del año, pensaba en Dorita y en sus ojos verdes, en Eleodora y en sus piernas oscuras, en su padre cuando hablaba que en su casa todos habían sido Ministros y abogados, gente de bien, ningún vago. Luis corría por los pasadizos, perseguido por los perros, sus cabellos rizados volaban junto a él, los recuerdos venían como ráfagas de ametralladoras, los perros ya le rozaban los talones, estaban sedientos de sangre, rabiosos dispuestos a acabar con él y hacer jirones su uniforme de Polystel, cada vez que se acercaban, ladraban más y más fuerte. Luis corría – no pares se decía- imagina que eres Superman- él nunca se cansa, es el hombre de acero, no pares piensa en la recompensa cuando atravieses aquel portón, en ese haz de luz a la distancia corre, corre, corre….

http://misterbang.wordpress.com/

jueves, 19 de julio de 2012

Amancio De Lier


(Magdalena de Kino, Sonora). Poeta Mexicano, heredero de la dinastía de poetas De Leon Torres y De Leon Iturbe. Inicia su formación en la biblioteca pública municipal “Eusebio Kino”. Discípulo literario de  Sergio Valenzuela Calderón (1941 – 2012).

-Enero/2012. Colabora en sección de autores contemporáneos; para “Asociación Difusiónados”  Sevilla, España.
-Marzo/2012.  ganador en Madrid. De el certamen poético “Cuba con el dolor en el corazón”.
-Junio/2012. Ganador de los IV Juegos Florales de Poesía Profra.  Paulina Cazares Garcia.


Tinta de Anilina

Sumido en palabras
lleno de títeres sostenidos,
hilos de nostalgia.
esta noche sin luna
en el parque,
en la banca de siempre.
las palabras esta noche
caen mecánicamente.
levantar los ojos
en esta galería imaginaria;
de rostros, de sabanas tendidas
soledad celda césped azul,
en la que letras de anilina
a las flores; hablando
de ti misma.

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Greig Walspergi

Océano la noche, con quien hablo.
pintura nos deshace.
gente desconocida en otro lenguaje
flores sobre nosotros.
plena oscuridad; plenilunio
triángulos de perfección
admirable -la noche-
vino sus danzas.
el reflejo distingue esta mano...
de lapislázuli oscurece.


sábado, 7 de julio de 2012

Iván Aurelio








"FAUCES"
DIBUJO SOBRE CARTÓN







"PIENSE"
DIBUJO SOBRE CARTÓN





"PUNTO DE VISTA"
ÓLEO SOBRE MADERA


miércoles, 4 de julio de 2012

Emiliano Tavernini


Sabores de amor


Me pierdo en tifones de piel,
bamboleo
y agito mi materia oscilando
entre la carne ardiente
y cielos abiertos
a tus jardines
flotantes.

Me absorbe la inocencia.
El tenso falo
desgarra
célula por célula
la inmensidad latente.
Tras las cálidas mareas
circunnavegan
caravanas de dulces orgasmos.

Espesos océanos invaden la esencia.

El ardor se hace fuego,
el ritmo
nace y renace entre tus piernas,
ranitas de estanque
nocturno
que se retuercen y saltan,
empujan
suben y bajan…

…las cuerdas vocales
comienzan a desatarse,
saboreando el clítoris
que descansa en tus labios
oigo vibrar tu alma…

El aire es sucio,
el sabor ácido.
Mi pecho
demasiado pequeño,
estalla.

El mundo gira, se derrumba
oigo el temblor.
Busco el equilibrio
y descargas eléctricas
sacuden las extremidades que arquean los pies.

Quiero correr al origen.
Quiero dormir en tu vientre.
Quiero morir bajo el amarillo de tus ojos
porque jugamos en mágicos parques,
bajo la luz del amor
nos ensuciamos.
Por suerte
nadie nos reta.

Aferrado en tus brazos
pierdo razones,
y entiendo.


Agustiniana 5

Entramos, la luz se cortó, tal vez presagio,
tal vez cábala de lo que no debe ser, o debió, o debiera.
Te hablé, me contestaste, reímos. Me anime a mirarte.
Te desnudé, floté, volé, quise hundirme en tus ojos, lástima que no hubiera agua,
sólo la sequedad de sonrisas.
Café, sorbos azucarados por la distancia, bar alma de tango.
Éramos melodías y nuestras palabras interjecciones y suspiros,
las letras mas hermosas,
Ferrer reducido a poroto, Manzi un fulano y así sucesivamente.
Tu boca. Yo evité mirar el reloj, la muerte,
sin embargo en la blancura de tu rostro veo los segundos y las arruguitas que no conocí,
las que te besaron otros labios de los que me hablas como a la pasada.
Yo prefiero olvidar. Reímos.
Al fin se sienta la confusión a nuestra mesa, ansío esos segundos que no poseí, ansío esos días tuyos
que se nos fueron.
Ya sos grande, lejana observo a la nena que fue muerte pintada de vida,
que fue amor pintada de sol.
Te apuras a pagar, el tiempo, al fin supe que existía.
El tiempo,
(ma’ que física ni que mierda, esa tarde en la mesita del bar se olía tiempo,
se veía tiempo). Me revelaste la fugacidad de la manera más desesperanzada.
Me hubiera gustado que me pongas un nombre.
Salimos.
Nos perdimos en la masa, inútil intentar demorarte como en el bar.
Un abrazo en la parada del colectivo.
Una última mirada, vos de espaldas.
Un suspiro.
Artículo Indeterminado
como ser humano
patea una lata de cerveza.


Los poetas


Primero alejarse de las amistades

para no contaminar de coloquiales guarangadas

claves, códigos, colores locales dirán.

Resistir a la política que interviene

a final de verso con la pesadez

de un convenio colectivo de trabajo

o las imágenes de la militancia,

cúmulo de cristalizaciones de un léxico poético

bien setenta resignificado.

Hacer saltar la sintaxis a la mierda

se hace jodido con tanta vida

tanta primavera que nos rodea.

poetas:

¿Alguien se pregunta a qué hora

hay que salir a la calle

para pescar una idea

para hacerla carne?

De la masonería de la ciudad, de los inodoros altos

de eso hay que escapar.

Y que decís de la escuela

poeta,

de las ciruelas normalistas subvencionadas

con sus problemas mediáticos

y el plástico que todo soporta para llegar victorioso

a principio de mes, lubricado en vaselina.

Y ya que estamos escapar

del manual escolar, de las cursilerías de la pareja

el te amo, te extraño, te espere

estoy afuera, abrime!!, puta q te parió.

Habrá que esquivarle a la paja inalámbrica

los libros a luz, el tiempo a batería.

poetas

que se despegan del mundo dejando un pie adentro

por si las moscas

para encontrar el estilo

valdría la pena

de ser un slogan

de respiración a transistor

el lenguaje.


La vida sonámbula

“Despabílate amor que el horror amanece”

Mario Benedetti


El viento ruge ondulaciones

se filtra por la ventana

o lo que queda de

ella.

Porque últimamente

la pantalla

es la única ventana

y cuando ya no entretiene

la pobreza en el show de las 22 horas,

cuando la pobreza

con olor a poxirrán

se sigue inmolando en una plaza

y el sillón se hace más cómodo

más mullidito, más sagrado

con el silbido del viento

y la pobreza a control remoto,

es un buen momento

para confiar los sueños

en el almohadón de plumas

plazo fijo de pulsiones

nunca materializadas.

La aventura dicen

que es el trecho

del sillón a la cama.

Aunque sea eso es lo que queda.

Aunque sea esas son las anécdotas

en el día de oficina,

engranaje medido.

Así se hace fácil olvidar los sueños

donde no son necesarios

porque el sueño,

el enciclopédico sueño

nunca llega

soporífero

inasible

insensible

como el aroma del café,

sospechamos que no existe

es sólo una treta

de la rutina.

Lo lamento Mario

parece que

el amor no se despabila.